SIN PERDER LA ESPERANZA
Aburrida. Cansada de todo. Así se sentía Cecilia mientras miraba, sin ver nada, a los niños que jugaban en la calle. ¡Quién pudiera volver a ser niño y reflejar esa inocencia y esa despreocupación en la mirada! Pero era difícil, muy difícil, volver el tiempo atrás y dejar las cosas como estaban antes de cometer esos errores que consiguieron cambiarnos la vida. Cecilia lo sabía; sabía que su vida podría haber sido diferente si su alocada y soñadora cabeza no la hubiese impulsado hacia la mayor equivocación de su vida. Y una lágrima resbala por su pálida mejilla, seguida por otras que empañaban sus hermosos ojos verdes, unos ojos que jamás volverían a ver el mundo de la misma forma.
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Tenía apenas veinte años cuando conoció a Miguel. Ambos estaban en la misma facultad, pero casi ni se hablaban para algo que no fuese decir ''hola'' y ''adiós''. Él era un chico bastante atractivo, de pelo rubio y unos ojos marrones y profundos que llamaban la atención de todas las chicas que pasaban por su lado. Además, tenía un carácter diferente al de los otros, siempre con una broma preparada o una sonrisa pícara que dejaba ver su deslumbrante sonrisa. Por otro lado, también tenía fama de ser alguien que siempre conseguía lo que deseaba, costara lo que le costara. Y Cecilia no iba a ser menos. Aunque no tenían mucha relación, Miguel se fue acercando a ella, intentó conocerla y pasar más tiempo con lo que él consideraba su próxima posesión. Cecilia, por su parte, era una chica independiente, extrovertida y no tenía demasiado en cuenta lo que los demás pensasen de sus actos; se limitaba a vivir la vida, a ser ella misma, a conservar esa alegría tan característica en ella. Y no pensaba que eso pudiese cambiar nunca. Ni siquiera cuando aceptó salir con Miguel aquella tarde de octubre.
El sol se ocultaba entre las nubes, y ella caminaba con tranquilidad por el camino que atravesaba el parque que tomó como atajo. Era tarde. Esperaba que Miguel no se enfadara demasiado con su pequeño retraso. Por suerte, aún seguía allí cuando Cecilia llegó con el pelo negro alborotado y casi sin respiración. Miguel le sonrió. Se podría decir que fue una de las noches más increíbles para ambos, una de las más mágicas...Cecilia, realmente, nunca había llegado a tener una relación en serio con un chico, nunca había conocido lo que significaba amar a alguien de verdad. Pero, ¿y si Miguel consiguiera cambiar eso? ¿Podría ser él, el ''elegido''? De repente, vio un nuevo futuro para ella, un futuro con Miguel; un futuro que nunca se habría planteado cuando lo conoció, pero que sin embargo ahora le parecía cadvez más cercano y alcanzable. Su anterior relación de indiferencia con él había pasado a un segundo plano y ahora todo le parecía distinto. Cada vez que miraba a Miguel a los ojos, lo tenía más claro. ¿Sería él la persona con la que merecía la pena intentarlo de verdad? Estaba siendo tan tierno, tan caballeroso, tan gentil y dulce...
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Habían pasado dos años. Bajo un cielo despejado y lleno de luz, un centenar de personas se reunían en torno a los novios, que se besaban bajo la lluvia de arroz y pétalos de rosa que caía sobre ellos. Cecilia y Miguel se separaron un instante para sonreírse con complicidad mientras los invitados los felicitaban por su matrimonio.
Al final, todas las preguntas que Cecilia se había formulado tiempo atrás encontraron su respuesta en Miguel, a quien consideraba el hombre de su vida. Y a partir de ese día sería suyo, solamente suyo. Todo sería perfecto, y además para siempre. O al menos eso creía hasta que volvieron de su luna de miel...
Todo se desarrollaba discusión tras discusión. No había noche en la que no se oyera un grito en su casa, ni en la que alguno de los dos no tuviera un insulto preparado para el otro. Y si ese momento de paz llegaba, era tras la reconciliación, en la que se podía atisbar el amor que Cecilia aún sentía por su esposo. Por su parte, Miguel se limitaba a consentirle a Cecilia todos los caprichos que desease, con tal de arreglar las cosas. Y si no lo conseguía, bueno...aún le quedaba Isabel. Isabel era una de las empleadas de la empresa de sus padres. Era extranjera, aunque apenas se le notaba, de piel oscura y pelo castaño. Miguel se aprovechaba de cualquier error que ella cometiera para chantajearla con arrebatarle su puesto de trabajo. Al fin y al cabo, eso nunca cambiaría: Miguel siempre vería a las mujeres como un objeto de su posesión, como algo de usar y tirar. Por lo tanto, nunca llegaría a pensar que una mujer planeara ninguna jugarreta contra él. Pero Isabel sí lo hizo.
Una tarde, en uno de sus descansos, Isabel fue al bufete de Cecilia. Ésta se sorprendió al verla entrar, ya que no la conocía de nada, pero al oírla decir que tenía que contarle algo sobre Miguel, algo bastante serio, centró su atención en ella.
Al volver a casa, no se encontraba a sí misma. ¿Así que Miguel la engañaba? Pues qué bien...Resultaba que el único amor que había conocido era una sucia mentira.
No contestó a Miguel cuando le preguntó qué le pasaba, ni siquiera lo miró a la cara. Tan sólo pensaba en una cosa: la venganza por todo el dolor que estaba sintiendo.
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Pasaron los días. Cecilia estaba algo más animada. Esa noche tenía planeada una salida con los compañeros del trabajo. Ante la atenta mirada de Miguel, Cecilia salió por la puerta y se dirigió al bar donde el resto la esperaba. Fue una noche en la que se olvidó de todo: de Isabel, de Miguel, de todas las preocupaciones que estaba teniendo últimamente.
A la mañana siguiente no recordaba casi nada. Tenía la sensación de que las cosas habían ido maravillosamente bien en ese rato de diversión con sus amigos. Aunque se le escapaba algo...no sabía qué era, pero pasó algo especial, algo en concreto, que la hizo muy feliz. Supuso que lo terminaría recordando. Por el momento, se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, donde Miguel la esperaba sentado con aire impasible y serio. No le dio tiempo a decir buenos días, cuando sintió mano de Miguel golpeando su mejilla.
-¡Pero qué te pasa!- gritó Cecilia, con las lágrimas asomándose a sus ojos.
Miguel, sin abrir la boca, colocó un papel en la mesa. Cecilia lo cogió, le dio la vuelta. Se trataba de una foto...Una foto en la que aparecía ella besando a Lucas, uno de los nuevos en el bufete. ¡Claro! Seguro que era eso lo que tanto le había costado recordar...Pero, de todas formas, solo fue un beso, así que...
-¿Quién te da derecho a pegarme?
-¿Acaso te parece poco lo que has hecho? Te debería dar vergüenza...-dijo Miguel con odio.
-¿Y a ti no?- respondió Cecilia- Tú no eres nadie para echarme nada en cara, y mucho menos para tocarme...De los que estamos aquí, tú eres el más mentiroso y el que más daño ha hecho.
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El sonido de la risa de esos niños la saca del turbio mar de recuerdos que recorría su cabeza. Como un niño, debía reír. No importaba lo que había pasado, tenía que dejarlo atrás. No importaba que sus brazos y su estómago aún estuvieran llenos de moretones, ni que hubiera una orden de alejamiento que prohibiera a Miguel acercarse a ella. Tenía que dejar todo ese dolor atrás. Tenía que olvidar esa paliza, esos golpes, esas duras palabras que aún hacían eco en sus oídos...
Otra lágrima acude a sus ojos, pero Cecilia sabe que es una lágrima de tranquilidad que ponía fin a todo lo anterior.
Un fino dedo la detiene. Es Lucas. Lucas, aquel chico tierno y amable que siempre había estado a su lado, aunque Cecilia no lo hubiese notado; aquel que con el brillo de sus ojos azules y el suave tacto de su piel había sido capaz de consolarla en sus momentos más difíciles...Aquel que le estaba ofreciendo otra oportunidad en la vida. Y Cecilia no pensaba desaprovecharla. Ese beso, que al principio no recordó, se convirtió, sin ella saberlo, en el principio del final...Y ese final, ese adiós al sufrimiento que había convivido con ella cada vez que miraba a Miguel a los ojos, se convertiría de nuevo en otro principio, el principio de su verdadera historia, de su verdadera vida...De su verdadero amor junto a Lucas.
María Taboada Taboada, 4ºB
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